Luces de una y otra orilla
Después de más de 25 años, intensamente vividos en diversos lugares de ese inmenso y sorprendente país que es el Brasil, a uno se le acumulan los recuerdos, las experiencias, las vivencias, los sentimientos y las anécdotas. Me atrevería a resumir mi vida misionera como un compartir las alegrías y tristezas, los gozos y las sombras, las esperanzas y sobre todo la amistad con nuestros pueblos, con nuestras gentes, "de la otra orilla", en ese intento continuado de vivir en el día a día la Buena Noticia del Evangelio.
Termino con un desafío y una invitación a los que se sienten jóvenes y atrevidos: si vislumbráis una luz, por muy tenue o pequeña que sea, no la apaguéis. Seguidla y alimentadla. No la temáis, no huyáis de ella. Esa luz puede contener en ciernes, la chispa de una llamada, de una vocación misionera. En ella puede ocultarse la felicidad de un fuego futuro para uno mismo y para otras muchas personas a nuestro alrededor, lejos y cerca.
La experiencia del Resucitado fue esa luz transformadora que indicó el camino y el estilo de su vocación a los discípulos, a Pablo de Tarso, a Daniel Comboni, también a mí y a tantos otros.